Antiguamente, para convertirte en un adulto, tenías que superar un reto de iniciación.
Cada año, en el solsticio de verano, aquellos que se enfrentaban al reto de iniciación emprendía un peregrinaje a una cordillera cercana, majestuosa e inquietante, en cuyas cimas encendían almenaras de luz.
Y, quién sabe, para encontrar tal vez algunos de los traviesos espíritus de las montañas…
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